Recuperemos el derecho a la Esperanza.

2/12/2015 06:42:00 a. m. 0 Comments

Soyaló, Chiapas;

14 de febrero de 1999.

Primer mensaje del Senador Pablo Salazar Mendiguchía,
en el inicio de un camino de quinientos días
hacia la gubernatura de Chiapas.


Paisanas y paisanos de este municipio de Soyaló:
Amigas y amigos todos:

Con enorme agrado los saludo, al igual que agradezco a todos la recepción que con tanta amabilidad y generosidad me dan en este nuestro querido Soyaló. Sé que todos los aquí presentes participaron con esmero y dedicación en la organización de este encuentro y que hicieron un gran esfuerzo material para crear las mejores condiciones para su realización. Les estoy muy reconocido y me siento en deuda con ustedes.

Soyaló significa mucho para mí. A este pueblo le debo gran parte de lo que soy. Aquí nací y crecí con mis abuelos, mis padres y mis hermanos. En este pueblo estudié y también aprendí los principios fundamentales que me han servido para normar mi vida privada y mi actividad pública. Aquí conocí, por ustedes, el valor que tiene la amistad.

Estas y muchas otras razones, siempre que vengo a Soyaló lo hago con una gran alegría. Sin embargo, este sentimiento invariable hoy adquiere un significado muy especial para mí.

Me entusiasma sobremanera que con motivo de la realización de este acto, el pueblo de Soyaló se encuentre nuevamente unido. Hacía ya tiempo que los soyaltecos no trabajábamos juntos en un propósito común. Me enorgullece y me llena de felicidad que hayan dejado de lado diferencias y hayan puesto por delante las coincidencias para celebrar esta reunión.

El hecho de estar aquí, compartiendo este espacio, constituye un ejemplo de cómo, si nos lo proponemos y privilegiamos lo que nos une, podemos recuperar la convivencia y la armonía en nuestras comunidades.

Hoy vengo a este rincón de Chiapas a hacer con ustedes algunas reflexiones sobre la situación por la que atraviesa nuestro estado:

Chiapas, además de sus rezagos atávicos, vive desde hace ya varios años una situación difícil. Después de que en el transcurso de los años setenta, como producto del incremento sustancial de las inversiones públicas federales en infraestructura básica, las condiciones de vida en algunas ciudades y regiones de Chiapas mejoraron; a finales de la década, las expectativas de desarrollo y esperanzas de la población se vieron terriblemente frustradas.

Fue la época en que el paisaje y la geografía chiapaneca sufrieron graves alteraciones: ahí están las obras hidroeléctricas sobre el río Grijalva o los campos e instalaciones petroleras en el municipio de Reforma como ejemplos vivos de lo que eso significó en su momento. Fue la época de la llegada masiva a estas tierras, de trabajadores con sus familias que vinieron de otros estados de la República en busca de trabajo y de mejores oportunidades de vida para, de manera destacada, contribuir al desarrollo de la entidad.

Sin embargo, el sueño no duró mucho. Con el inicio de los años ochenta las cosas cambiaron radicalmente. A las complicaciones económicas nacionales que trajo consigo la caída de los precios del petróleo, la devaluación del peso, el caos bursátil –con las consecuentes repercusiones en todo el país– se sumaron varios problemas locales: el derrumbe de los precios del ganado, actividad pujante en Chiapas desde mediados de siglo; el brutal desplome de los precios internacionales del café, producto del que dependen miles de familias chiapanecas y que tiene una importante incidencia en la economía estatal; la extensión y profundización de la crisis del campo chiapaneco, al que todavía está supeditado la mayoría de los chiapanecos, y que provocó una disminución significativa de la producción de básicos y de los ingresos de los campesinos; las dificultades recurrentes en la industria de la construcción, un sector que había sido muy dinámico en los años recientes y que en Chiapas es determinante para la generación de empleos, y, por último, el total estancamiento de los proyectos petrolíferos e hidroenergéticos federales, mismos que habían provocado profundos cambios en la estructura económica estatal y a través de los cuales se había intentado impulsar, sin éxito, un nuevo modelo de desarrollo económico.

Poco sirvió la preocupación del gobierno federal no tanto por la gente sino por la situación de inestabilidad social y política de los países ubicados al sur de nuestra frontera, por el problema de los refugiados guatemaltecos, por los flujos migratorios de centroamericanos hacia el norte y por la creciente inconformidad de importantes sectores sociales de Chiapas, particularmente en el campo y su afán por emprender en nuestra entidad a partir de 1983, grandes proyectos económicos y de desarrollo social como los contemplados en el Programa de desarrollo de la región Sureste y en el Plan Chiapas.

La intención de llevar a cabo una explotación racional de los recursos naturales y de incorporar a la población del estado en los niveles de desarrollo nacional, se vieron malogrados por el entorno económico imperante en ese periodo, por las resistencias de los poderes e intereses económicos y políticos locales, y por el indebido uso de los recursos públicos por parte de funcionarios gubernamentales.
Fue tanto el dinero invertido y tan poco lo que se logró, que a finales de los ochenta el nuevo gobierno tuvo que reconocer que el rezago social y económico era enorme, y su dimensión política muy grave.

A la larga, el Plan Chiapas se constituyó en un listado de buenos propósitos, algunos de ellos irrealizables.

La estrategia de desarrollo socioeconómico del Plan Chiapas tenía como eje central la consolidación de la integración territorial y regional del estado, así como reafirmar la inserción de la entidad en el proyecto nacional de desarrollo.

Con la puesta en marcha de este plan, los gobiernos federal y estatal se comprometieron, entre otras cosas, a emprender el despegue industrial de Chiapas, resolver en dos años el problema agrario, y que desde Chiapas se iniciaría un nuevo programa forestal para México del cual surgirían las nuevas políticas de explotación y conservación de los bosques tropicales. Obviamente, nada se cumplió.

Los últimos años de los ochenta y los primeros de los noventa fueron también de grandes anuncios y enormes desilusiones.

Con gran ímpetu el gobierno anunció acciones para erradicar la pobreza, modernizar la carretera costera, aprovechar el potencial acuícola de la costa, construir caminos para la producción y la integración, hacer la supercarretera Ocozocoautla-Sayula, poner en orden el sector turístico, replantear toda la política indigenista, y poner en práctica los programas más grandes de inversiones y los más ambiciosos estudios y proyectos jamás imaginados.

Sin embargo, las grandes iniciativas de comunicación que tenían por objetivo integrar a las regiones y a Chiapas con el país no fueron materializadas. El propósito de desarrollar el potencial pesquero de nuestro litoral no fue cumplido, y la necesaria ejecución de proyectos vitales como el de la construcción de canales y el dragado de ríos costeros fue pospuesta indefinidamente.

La inducción para que la iniciativa privada chiapaneca participara en grandes proyectos como la creación de nuevos bancos, la construcción de infraestructura turística o la creación de compañías de prestación de servicios, resultaron ser experiencias frustrantes para los que participaron en ellas.

Pero si algo puede resumir el fracaso en Chiapas del proyecto de desarrollo de principios de los noventa, son los resultados de la política gubernamental en materia de desarrollo social.

El estallido de la rebelión indígena el primero de enero de 1994, no solamente sorprendió a todos por la aparición del EZLN, sino que constituyó un acto, que de golpe, retiró el velo con el que se pretendía cubrir los niveles de rezago y marginación en los que viven los indígenas y la gente de Chiapas.

La segunda mitad de la década de los noventa ha estado marcada por las mismas tendencias de desarrollo prevalecientes en los años anteriores, mismas que se han complicado por los efectos y perturbaciones generadas por la dinámica en la que se mueven los actores principales del conflicto.

Para comenzar, el levantamiento armado abrió un periodo de inestabilidad en la vida institucional del estado, que a pesar de todos los esfuerzos realizados, sigue latente en el escenario político estatal.

Desde enero de 1994 se han sucedido cuatro gobiernos distintos, con diferentes ideas y estilos para ejercer el poder y para  conducir los destinos de la entidad. Cada uno de ellos, en los tiempos y circunstancias que les ha tocado dirigir los esfuerzos institucionales, y a partir de definiciones políticas y proyectos personales muy concretos, han promovido acciones de gobierno buscando dejar huellas de su paso por el gobierno, con resultados diversos.

A uno le tocó gobernar con capacidad y éxito la situación de emergencia más complicada que ha vivido Chiapas desde la Revolución Mexicana. A otro, no le fue posible consolidarse como gobierno ni poner en práctica sus propósitos frente a la rebelión cívica que se alzó en su contra.

A partir de 1995, las políticas de desarrollo han estado determinadas por estrategias gubernamentales federales en la búsqueda de una solución unilateral al conflicto armado y no por proyectos pensados en función de los intereses chiapanecos de largo plazo. De esta manera, en el diseño y aplicación de políticas encaminadas a contener el conflicto, a restar bases de apoyo a la insurgencia, a construir  una nueva y artificial fachada de la economía y sociedad chiapanecas se han ido meses y años que bien pudieron haberse aprovechado para sentar nuevas bases de desarrollo en la entidad.

Aunado a lo anterior, desde 1995 se han canalizado cuantiosos recursos públicos cuyo objetivo ha sido abatir el enorme rezago económico que vive la entidad, el cual es muy cuestionado y ha despertado serias dudas sobre el destino final que tuvieron los mismos. Es la hora que no se sabe con precisión qué tanto de esos recursos pudieron servir para armar grupos paramilitares o qué cantidad engrosó los bolsillos de los funcionarios en turno.

El modelo de desarrollo que en la actualidad se está aplicando es continuidad del anterior. Sin una programación ordenada de las tareas, con mucha improvisación, sin que prevalezca una visión a largo plazo en función de los intereses estratégicos de Chiapas, con una peligrosa personalización del ejercicio del poder por las acciones de gobierno inclinadas a las obras de “relumbrón” para la construcción de imágenes políticas personales, y en función de aspiraciones sucesorias locales y nacionales, el gobierno actual conduce a Chiapas sin rumbo preciso.

Hay un rasgo de la nueva situación que vive Chiapas, que no podemos soslayar, porque está jugando un papel determinante en la actual coyuntura política, económica y social de la entidad. No hace mucho tiempo que algún gobernante declaraba que “ya no había ínsulas dentro de Chiapas” y que se habían acabado las “pretensiones virreinales”.

Ironías de la historia, a año y meses del advenimiento de un nuevo siglo, es indignante para quienes queremos con pasión y fervor a Chiapas ver cómo nuevamente, con grandes ínfulas y para satisfacer ambiciones personales de poder, funcionarios federales se quieren erigir en nuevos encomenderos e intendentes de la que todavía consideran “Provincia de las Chiapas”.

Los saldos de la acumulación de los problemas a lo largo de estos años por la aplicación de políticas equivocadas implementadas en los noventa, están a la vista.

La economía de Chiapas atraviesa por una situación muy complicada marcada por serias dificultades. Muchos de los argumentos que en el pasado reciente servían para afirmar que el futuro de Chiapas era promisorio, hoy no son tan ciertos.

En primer lugar porque la economía del país pasa por serios aprietos. En fechas recientes, y en por lo menos tres ocasiones consecutivas, el gobierno federal se ha visto obligado a reducir el monto total del presupuesto público para el ejercicio fiscal de 1999. La causa de este tropiezo tiene que ver de manera directa con la caída de los precios internacionales del petróleo. El efecto inmediato derivado de este problema ya se ha reflejado en los planes y proyectos gubernamentales para Chiapas.

El ejemplo más representativo de las nuevas condiciones que se están imponiendo de manera cruda e implacable a las decisiones gubernamentales federales se ubica en la programación del desarrollo regional del país.

Debido al silencio que se ha guardado sobre el tema y por que a la euforia inicial le ha sucedido cierto pesimismo sobre el tema, todo parece indicar que la nueva versión del Programa de Desarrollo de la Región Sureste, que estaba siendo preparada en las oficinas del subsecretario de egresos de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, y que sería dada a conocer en un gran evento, ya no será ejecutada en este sexenio; programa que luego de haber sido concebido inicialmente como un magno proyecto, terminará en una lista limitada de acciones sin gran impacto a corto y mediano plazo.

Esto sucede justo en el momento en que algunos de los sectores productivos de Chiapas comenzaban a mitigar los desastrosos efectos de la crisis económica de 1995 que provocó un sin número de quiebras empresariales y pérdidas patrimoniales, y que dejó sentir su impacto de manera dramática entre las familias chiapanecas sin distinción alguna, y cuando se empezaban a generar nuevas expectativas locales de recuperación económica.

En segundo lugar, el estado atraviesa por una etapa difícil ya que la estructura económica de Chiapas ha sufrido cambios importantes en los últimos años. El petróleo es el caso más representativo de este fenómeno, en el sentido de que la producción de hidrocarburos en suelo chiapaneco ya no tiene la relevancia que tuvo en la época del auge petrolero.

Si bien la producción de gas natural sigue siendo importante a escala nacional y las reservas del otrora oro negro han crecido por el descubrimiento y exploración de nuevos campos y pozos, la importancia de la producción del petróleo en Chiapas dentro la economía del país y del estado ha disminuido significativamente.

Esta nueva dimensión del factor petrolero se debe, entre otras, a las siguientes causas: debido a la baja de la producción de algunos de los campos y pozos de hidrocarburos chiapanecos; la importancia creciente que han adquirido otras zonas petroleras del país, por la cantidad y calidad del producto; al deterioro de las instalaciones de Pemex ubicadas en los municipios del norte de Chiapas, que dicho sea de paso no es un proceso privativo de la entidad y a la sobreproducción mundial del carburante, que como ya lo dijimos, ha incidido en la baja de los precios internacionales.

Aunque diversos analistas sostienen que el desarrollo petrolero no trajo consigo beneficios significativos a la economía de Chiapas, lo cierto es que el tamaño de la derrama, cualesquiera que haya sido su escala, se ha estrechado.

Lo mismo sucede con la producción de energía eléctrica. A principios de los años ochenta, Chiapas producía más de la mitad de la energía hidroeléctrica de México. Ahora ese porcentaje se ha reducido aproximadamente a un tercio de la producción nacional. Esto se debe, por un lado al crecimiento de las centrales eléctricas en otros estados de la República y por otro, a que las inversiones locales en la generación de electricidad se detuvieron por completo.

Hay que decir además, que la CFE, una de las empresas más importantes de Chiapas, es una institución que se ha ganado el rechazo de los chiapanecos: por la inundación de algunas de las mejores tierras de Chiapas y, posteriormente, por las altas tarifas que cobra por brindar su servicio.

Aunado a lo anterior, hay que agregar la problemática que en Chiapas representará la inminente privatización de la producción y distribución de electricidad. Ya que en este sector laboran cerca de ocho mil trabajadores, una cifra considerable si se toma en cuenta que en la industria de la construcción, una de las actividades económicas más importantes de la entidad, encuentran empleo permanente y temporal alrededor de doce mil chiapanecos. 

En el campo, la situación es crítica. El maíz, que es el cultivo de mayor relevancia en el estado por la superficie que ocupa por el valor de su mercado, por ser el sustento de la mayoría de las familias rurales del estado y por el valor cultural que representa para los chiapanecos atraviesa una coyuntura económica y comercial bastante desfavorable. A sus viejos problemas de productividad y de límites sustentables de la frontera agrícola, ahora hay que agregar la desaparición de la Conasupo, instancia que si bien no consolidó nunca una buena reputación empresarial en el campo, servía de apoyo y cobertura a los campesinos en el precio de este producto.

La dimensión económica de la producción maicera en el estado es tan relevante que la evolución favorable de otros cultivos se ha visto afectada, y a veces anulada, cuando ha habido cambios en su precio, además de influir de manera determinante en la caída del valor total de la producción agrícola de Chiapas.

En el caso del café, aunque ahora los productores y exportadores no enfrentan la difícil situación de hace algunos años, esta no deja de ser inestable y compleja.

En este momento vivimos una contracción en el consumo mundial de materias primas, lo que provoca una enorme especulación y hace muy volátil al mercado. Por ello, podemos aventurarnos a decir que la era del café verde ha concluido. La fortaleza de los principales países productores y exportadores (Brasil y Colombia) descansa en la organización del sector; en la alianza estratégica entre los cafetaleros y sus respectivos gobiernos, en la agrotransformación (tostado y molido) y en el consumo interno.

El mundo del café chiapaneco y mexicano requiere de un viraje profundo. Es triste decirlo y desearíamos con todas las fuerzas que no fuera así, pero las políticas de los gobiernos federal y estatal no están a la altura de los requerimientos de este momento y de este producto, de vital importancia para la economía de Chiapas, dependen directamente más de cien mil familias y un importante ingreso de divisas a la economía del estado. Esta situación reclama inversión de capital suficiente y una política de comercialización ágil, oportuna e informada.

El turismo es una de las actividades de mayor importancia para el presente y el futuro de Chiapas. En un estado en que la crisis del modelo de desarrollo agropecuario mexicano ha golpeado tan fuerte y en donde la actividad industrial es tan limitada, el turismo se convierte en la actividad por excelencia del sector terciario; por un lado, porque es una rápida generadora de empleo y por otro, porque en Chiapas están dadas las condiciones para ello; hay de todo: cultura, historia, arquitectura, ríos, playas, litorales, infraestructura instalada y una inigualable gente para hacer de esta actividad un ariete del desarrollo estatal.

Sin embargo, las políticas gubernamentales hacia este sector son muy limitadas y en algunas ocasiones han obedecido a la sin razón.

El aislamiento geográfico de Chiapas y sus regiones sigue siendo un problema de primer orden. Por más promesas y planes de gobierno, Chiapas sigue muy mal comunicado en su interior y con el país, y adolece de una efectiva integración de sus regiones.

El aeropuerto Llano San Juan es un monumento a la estulticia y al derroche y el de Terán, es la mejor muestra de cómo las decisiones para el desarrollo no son concebidas integralmente.

Las zonas  de Malpaso, Reforma, Pichucalco, Palenque, debido a la deficiente comunicación que persiste siguen interactuando más con las ciudades de Tabasco que con las de Chiapas; no obstante que gobierno tras gobierno ha hablado de integrarlas plenamente a la vida del estado.

El aislamiento de la costa con relación a las demás regiones del estado se ha acentuado. Las recientes catástrofes provocadas por la combinación de fenómenos naturales y condiciones de fragilidad ocasionadas por descuidos de pasados gobiernos, han mostrado el grado de vulnerabilidad al que estamos expuestos en cuanto a comunicación se refiere. En este terreno pareciera que en lugar de avanzar retrocedemos. La red de caminos sigue sin estar debidamente estructurada a pesar de su considerable longitud. En la costa, en lugar de continuar la construcción de una moderna carretera que comunique a esa región con los valles centrales, estamos construyendo y, en algunas partes, volviendo a construir totalmente, lo que hasta hace apenas unos cuantos meses era la única autopista con la que contaba el estado.

La tradicional vía de comunicación con México, la carretera Panamericana, se encuentra prácticamente destruida en el tramo La Ventosa-Tapanatepec y Matías Romero-Acayucan. Y la terminación de la nueva vía Ocozocuautla-Las Choapas, sigue anunciándose como novedad por tercera ocasión en menos de cuatro años.

A todo este panorama antes descrito hay que agregar los múltiples problemas sociales y políticos que padece Chiapas: el exponencial crecimiento demográfico de la población; la lacerante pobreza extrema en la que viven más del 80% de los chiapanecos; la “emergencia sanitaria permanente” que sufren considerables franjas de habitantes del estado; la desarticulación del tejido social de las comunidades; los enfrentamientos por motivos políticos y religiosos; la proliferación de grupos paramilitares cuyo peor capítulo de su existencia está relacionado con la masacre de Acteal; la inseguridad y una división política que no corresponde a la nueva realidad demográfica, productiva, cultural, social y política del estado de Chiapas y sus regiones.

De esta manera, con este breve repaso podemos darnos cuenta de que son muchos y muy complejos los problemas que aquejan al estado y esta situación no puede continuar así.

Lo primero que se deduce de este diagnóstico es que, el problema principal de Chiapas ha sido la forma en que se nos han impuesto políticas erráticas.

El ejercicio gubernamental y la ejecución de la obra pública no respondieron a proyectos de futuro discutidos con la gente; los sucesivos gobiernos –salvo honrosas excepciones– se dedicaron a aplicar acciones dispersas e inconexas entre sí, cuando no ocurría que éstas tropezaran unas con otras, como sucede actualmente con las actividades que desarrollan en Chiapas los gobiernos federal y estatal.

Lo anterior devino en la existencia de gobiernos disfuncionales con una terrible falta de capacidad para gobernar, que hicieron de la improvisación método preferente para la toma de decisiones, y que, en consecuencia, nunca supieron bien a bien a donde se dirigían. De seguir por el mismo camino en los próximos años, el pronóstico puede ser desastroso.

Por todo esto, es necesario construir entre todos un proyecto de esperanza para Chiapas. Un proyecto emanado de los pueblos y regiones que haga viable económica, política, social y culturalmente a Chiapas, como una de las entidades federativas más fuertes, unidas y soberanas de la República Mexicana.

Paisanos de Soyaló, amigas y amigos de Chiapas:

El próximo año se celebrarán comicios para elegir al gobernador que habrá de encabezar el esfuerzo de todos los chiapanecos en el primer gobierno que tendrá Chiapas en el siglo XXI.

Estoy aquí en Soyaló para compartir con todos ustedes uno de los actos más importantes de mi vida pública.
Como una reafirmación de mi origen, desde esta tierra que me vio nacer, al amparo de la civilidad, frente a todos los chiapanecos, sin excepción ni exclusión alguna, con pleno respeto a las diferencias y a la pluralidad de los pueblos de nuestra entidad, por encima de los enconos y rencores que tanto daño nos han causado, quiero aquí y ahora, hacer público mi deseo de conducir los destinos de Chiapas, de encabezar el primer gobierno del nuevo milenio.

Sí, quiero ser gobernador de Chiapas. Estoy preparado para serlo, me siento capaz de asumir esa responsabilidad. Tomé la decisión de anunciar este deseo como parte de un proyecto en el que están incluidos miles de chiapanecos. Quiero encabezar un proyecto democrático para Chiapas.

Tiempo atrás, he venido platicando con un incontable número de amigos y paisanos, compañeros de política, empresarios, dirigentes sociales y de partido, ciudadanos, jóvenes, estudiantes, profesionistas, mujeres y hombres de las ciudades y el campo, sobre la necesidad de impulsar un movimiento que haga posible renovar la esperanza en el futuro de Chiapas.

En atención a esa amistad, al compañerismo y a la solidaridad que he ido forjando con todos ellos y para dar respuesta a la gente que me apoya y motiva, decidí hacer público mi interés de contender por la gubernatura.

Sé de los riesgos que ello implica, estoy plenamente consciente. Pero estoy seguro de lo que hago, porque mi conducta responde a un compromiso ético: participar en un proceso abierto, de cara a la sociedad y sometido al escrutinio de la opinión pública.

Decidí hacerlo desde ahora porque son los tiempos que marca la nueva hora de la democracia en el país y porque no voy a esperar a que me lo autoricen o a que me designen.

En la víspera de esta importante determinación, he comunicado desde hace dos semanas, a la presidenta de la Gran Comisión del Senado de la República, mi decisión de renunciar a la Comisión de Concordia y Pacificación, para que, en el próximo período ordinario de sesiones, sea el pleno del Senado, el mismo que me eligió, el que apruebe mi sustitución.

He optado por esta dolorosa decisión porque creo que las tareas de coadyuvancia reclaman tiempo completo, que a partir de hoy, no le podré ofrecer a esa instancia; lo hago también, porque quiero separar perfectamente la que considero una legítima aspiración, participar en un proceso electoral, de la búsqueda lisa y llana de la paz.

Dejo expresa mi renuncia, en un acto de honestidad y congruencia, a las tareas de coadyuvancia que por ley se asignó a la Cocopa; no claudico ni lo haré jamás, a la búsqueda de la paz por otros medios. Impulsar un proyecto democrático que promueva transformaciones de fondo en Chiapas, es también, me parece, un modo de buscar la paz.

Con mi gratitud y recuerdo a viejos y nuevos compañeros de la Cocopa, dejaré esta comisión con la satisfacción del deber cumplido. Hice lo mejor que pude, defendí con pasión y paciencia lo que creí que le hacía bien a Chiapas; critiqué las actitudes de las partes en conflicto cuando advertí que sus estrategias nos alejaban de la paz. Ensanché, hasta donde pude, mi imaginación, mis ideas y mi capacidad de iniciativa; tomé riesgos y asumí en serio la tarea por la paz.

En este proceso inconcluso, queda pendiente la instrumentación de los acuerdos de San Andrés como un pasivo del ejecutivo federal.

Me queda muy claro que, de no haber sido por la frivolidad e insensatez de los responsables de operar y conducir el proceso, la paz se habría firmado desde hace mucho tiempo. Sostendré hasta el final de esta responsabilidad, mi compromiso con el espíritu y la letra de los acuerdos de San Andrés, y con la llamada iniciativa de la Cocopa.

Paisanos de Soyaló, amigos de Chiapas:

Para alcanzar el objetivo propuesto creo necesario contar con un plan de acción política que lleve a feliz término esta empresa.

A partir de hoy, domingo 14 de febrero de 1999 quedan exactamente 500 días efectivos de campaña antes de que se celebre la jornada electoral del día 2 de julio del año 2000.

Desde aquí convoco a todos los chiapanecos:

Primero. A diseñar un programa de gobierno para construir un mejor porvenir para Chiapas que nos permita vivir en completa paz y armonía.

Propongo un programa de esperanza que tenga como característica original la propia singularidad de la distribución territorial de Chiapas el cual se integre con planes regionales elaborados por los pobladores de cada una de las regiones que conforman el estado.

Propongo también, que la elaboración del programa de la esperanza parta de las siguientes premisas:
        
Contar con un proyecto de futuro que cree las condiciones para el renacimiento de Chiapas y para el crecimiento sustentable de su economía.

Es impostergable el bienestar de los chiapanecos y no debe seguir construyéndose a expensas de la marginación, opresión y olvido de la mayoría.

Es necesario y urgente distribuir equitativamente los beneficios del desarrollo y del crecimiento económico de la entidad.

Es preciso reconocer que así como existen reclamos sociales auténticos, hay también intereses constituidos que son legítimos, y es inexcusable que respetemos escrupulosamente tanto los derechos sociales como los derechos individuales.

Ninguna fuerza política, social o económica por sí sola, debe adjudicarse el derecho de gobernar al estado excluyendo a las demás ni pueda conculcar los derechos y garantías de los individuos.

La continuidad indefinida de la inestabilidad política y social afecta a todos los chiapanecos por lo que resulta urgente construir una salida pacífica viable al actual conflicto armado que hay en Chiapas.


Para hacer posible este programa de esperanza propongo los siguientes puntos:
        
Fortalecer nuestra mexicanidad chiapaneca con una nueva relación con el gobierno federal que nos permita recuperar los procesos de conducción de la política y de los instrumentos económicos del gobierno.

Reformar y crear leyes en las que todos se reconozcan y a las que todos reconozcan.

Reformar la estructura de gobierno con un sentido austeramente republicano, en donde se manejen con transparencia los recursos del estado y se democratice la asignación de la obra pública, de las adquisiciones y la contratación de servicios.     
  
Convocar a todas las organizaciones civiles y no gubernamentales, a mujeres y jóvenes, para que constituyamos un gobierno horizontal e incluyente.

Implementar con todos los interesados nuevos programas sobre educación, justicia, comunicación, desarrollo agropecuario, entre otros, que se requieran para el bienestar de los chiapanecos.

Segundo. Intensificar la realización de encuentros que nos permitan construir una nueva alianza que haga posible la puesta en práctica del programa de la esperanza.

Tercero. Promover reformas al Código Estatal Electoral y a la Constitución Política del Estado Libre y Soberano de Chiapas para homologar las fechas de la elección local con las federales y para incorporar a esos cuerpos jurídicos los avances de la legislación nacional, de modo tal que la elección de gobernador sea el resultado de un proceso legítimo e incuestionable.

Cuarto. Impulsar la generación de un amplio movimiento social a favor del cambio en todas las regiones del estado.

Quinto. Crear comités electorales en los 24 distritos, 111 municipios, 1929 secciones y, de ser posible, en las poco más de 20 mil localidades que hay a lo largo y ancho de todo el territorio estatal.

Sexto. Promover el empadronamiento,  sobre todo el juvenil, la actualización de la credencial de elector y el ejercicio pleno del voto de todos los ciudadanos.

Séptimo. Organizar una reunión de delegados de todo el estado de Chiapas, el viernes 2 de julio de 1999, con el objeto de discutir el programa de gobierno y elaborar el plan de la marcha de los 365 días hacia la victoria.

Estas tareas y otras, que en el camino se incorporen, son las que juntos, paisanos y amigos, habremos de realizar en las próximas semanas. Si contamos los días parecen muchos, si contamos las tareas, los días son pocos.

Hoy, comenzamos la construcción de un nuevo esfuerzo colectivo, incluyente, amplio, generacional, sin precedente, para devolver a los chiapanecos, lo último que un gobierno puede quitarle a su pueblo: el derecho a la esperanza.