El fracaso de una imprudente estrategia gubernamental para Chiapas.

2/12/2015 06:42:00 a. m. 0 Comments

Tuxtla Gutiérrez, Chiapas;
1º de julio de 1998.

Declaración del Senador Pablo Salazar Mendiguchía,
publicado en el periódico de La Jornada el 1º de julio de 1998.

Los graves acontecimientos ocurridos en el municipio El Bosque, Chiapas, me obligan a fijar una posición política personal. Como Senador de la República, como mexicano, como chiapaneco, no puedo sino manifestar mi enorme preocupación, desaliento, dolor e indignación por los sucesos ocurridos en Chavajeval, Unión Progreso y la cabecera del municipio El Bosque, Chiapas.

Lo que sucedió la mañana del 10 de junio de 1998 en el municipio El Bosque no es sino el resultado de una equivocada e imprudente estrategia gubernamental para enfrentar el conflicto que vive Chiapas desde hace ya cuatro años y medio.

Para comprender mejor lo que afirmo y para entender lo que está pasando hoy día en Chiapas es necesario revisar la historia del conflicto chiapaneco durante los últimos seis meses. Veamos.

La nueva estrategia gubernamental

Después de la masacre de Acteal el Presidente de la República nombró un nuevo secretario de gobernación y cambió al representante gubernamental para el diálogo y la negociación. En Chiapas, renunció el gobernador interino y en su lugar fue nombrado un sustituto.

El secretario de gobernación, casi un mes después de su nombramiento, anunció (26 de enero), sin que mediara un análisis o balance de la anterior, una nueva estrategia del gobierno federal para Chiapas, que a la postre resultaron cuatro con diferentes denominaciones: “cinco elementos básicos para resolver el conflicto”, “doce acciones generales”, “siete vertientes” y “once acuerdos para acelerar la estrategia gubernamental de paz”.

Bajo el argumento de que “para el gobierno federal es fundamental avanzar en la negociación que permita resolver el conflicto en Chiapas” porque “esta situación daña a todos; al propio estado de Chiapas, a sus habitantes, al clima político nacional, a las perspectivas de nuestro desarrollo, a la imagen internacional del país” el secretario de gobernación dio a conocer la nueva estrategia política.
El encargado de la política interior expuso que para el gobierno federal los cinco “elementos básicos para solucionar el conflicto” debían de ser: 1) intensificar todos el diálogo y la negociación para alcanzar a la brevedad posible la paz; 2) formular un proyecto de ley sobre derechos y cultura indígena que, conforme a los Acuerdos de San Andrés, diera satisfacción a las partes; 3) distender, con palabras y con hechos, la situación de conflicto y encono; 4) colaborar todos a que la ayuda humanitaria se entregara a todos los grupos; y, 5) acelerar la atención a las demandas sociales e impulsar, en forma participativa, los programas de desarrollo social y económico para comunidades y zonas marginadas, y para todo el estado.

Con base en esos elementos básicos el secretario de gobernación dijo que el gobierno federal consideraba conveniente proponer doce acciones generales: 1) desarmar a todos los grupos; 2) continuar con la investigación de la masacre de Acteal; 3) reestructurar de fondo a la policía del estado; 4) mejorar el sistema estatal de procuración de justicia; 5) suprimir el cobro de impuestos no autorizados por ley y eliminar los bloqueos de caminos; 6) impulsar la participación de los chiapanecos y de sus autoridades en la solución del conflicto; 7) promover la pronta remunicipalización y la redistritación electoral de forma participativa, conforme lo establecen los Acuerdos de San Andrés; 8) eliminar la duplicidad de autoridades en los municipios; 9) contribuir todos a que llegue la ayuda humanitaria a los afectados por el conflicto; 10) revisar, a solicitud expresa y de conformidad con su procedencia, las posiciones del Ejército; 11) presentar un programa de retorno de los desplazados; y, 12) formular un programa de indemnización para los huérfanos y las viudas, víctimas de los hechos de Acteal y Ocosingo.

Contradicción entre propósitos y acciones gubernamentales

Aun no se anunciaba la nueva estrategia para Chiapas y ya el ejecutivo actuaba con una política que en los hechos negaba los propósitos que en ella se planteaban.

De hecho, como si se hubiera tratado de un mal presagio, el anuncio de la nueva estrategia gubernamental para Chiapas estuvo precedida y acompañada por una campaña contra la Comisión de Concordia y Pacificación, cuyo objetivo era descalificar su propuesta de iniciativa legislativa sobre derechos y cultura indígena.

Por otra parte, la discusión y los desacuerdos sobre los procedimientos a seguir y las instancias que debían participar en la entrega de ayuda humanitaria a los desplazados y afectados por el conflicto, suscitó una polémica pública que creó un contexto desfavorable para el anuncio de la estrategia y constituyó un mensaje negativo para el proceso de paz.

Días después de anunciada la estrategia, el 5 de febrero de 1998, en el discurso conmemorativo del 81 aniversario de la promulgación de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, el secretario de gobernación pareció dar un paso atrás en sus compromisos con la reforma constitucional sobre derechos y cultura indígena al afirmar que correspondía al Congreso de la Unión, en tanto poder soberano, legislar sobre el particular y “que nadie (podía) exigir al Poder Ejecutivo que (presentara) un proyecto y (garantizara) la realización de una reforma que le (correspondía) a otros poderes del Estado Mexicano”.

El 12 de febrero, en un gesto que fue asumido como contrario a la distensión política, el gobierno federal endurece su posición respecto a la presencia de extranjeros en Chiapas y anuncia que expulsará a aquellos que incurran en “excesos políticos”.

Ese mismo mes, el 26 de febrero, las autoridades migratorias deciden detener y expulsar al párroco de Chenalhó, acto que sin lugar a dudas constituye una acción contra el obispo de la diócesis de San Cristóbal de las Casas, que a su vez funge como presidente de la Comisión Nacional de Intermediación (CONAI).

El 14 de marzo, ante el gabinete en pleno, el jefe del ejecutivo firma la propuesta gubernamental de reformas constitucionales en materia de derechos y cultura indígena, en un acto contrario al espíritu y la letra de los Acuerdos de San Andrés, y desconociendo compromisos políticos de bilateralidad pactados con la COCOPA y el EZLN en la llamada “vía paralela”.

El 18 de marzo el coordinador para el diálogo y la negociación en Chiapas declara que la Comisión Nacional de Intermediación incumple su función mediadora al promover las posiciones del EZLN, al asumir una posición “francamente parcial” en el conflicto de Chiapas y al “imputar toda la responsabilidad” de la suspensión del diálogo al gobierno.

El 22 de marzo el responsable gubernamental para Chiapas acusa a la CONAI de promover la intervención extranjera en un documento, que lleva por título “Informe Narrativo Semestral julio-diciembre de 1997”, y cuya autoría se le atribuye a la instancia de intermediación.

El 11 de abril policías de la PGR y de seguridad pública del estado de Chiapas y soldados del Ejército Mexicano realizan un operativo cuyo fin es desmantelar el municipio autónomo Ricardo Flores Magón. En esa acción las autoridades detienen a un grupo de alrededor de 20 personas, entre integrantes del consejo municipal autónomo y observadores nacionales e internacionales.


El 12 de abril autoridades migratorias expulsan del país a los observadores extranjeros que fueron detenidos durante el operativo realizado en el ejido Taniperlas.

El 15 de abril, en una entrevista hecha por el diario de Caracas, Venezuela, El Nacional, el presidente de la república afirma que en Chiapas el “principal grupo paramilitar es el EZLN”.

Los ajustes y los acuerdos para acelerar la estrategia gubernamental

El 21 de abril, a casi tres meses de la presentación de la nueva estrategia gubernamental para Chiapas, el comisionado para el diálogo y la negociación convoca a una conferencia de prensa en la que hace “una recapitulación global de la estrategia” del gobierno y “su evaluación (junto) con el gobierno del estado, a fin de dar un impulso a las acciones que la integran”, y anuncia que dicha estrategia queda “finalmente estructurada” en 7 vertientes: 1) focalización de las demandas sociales, particularmente en los municipios con mayor índice de marginación y pobreza mediante el ejercicio coordinado del gasto social federal y del gobierno estatal; 2) impulso a la economía de Chiapas, mediante la inversión privada, la creación de empleos y desarrollo de la infraestructura; 3) reafirmación y vigencia del estado de derecho, el imperio de la ley y la reorganización de la seguridad pública; 4) concertación política inter e intracomunitaria, para dirimir de manera pacífica los conflictos políticos, ideológicos, religiosos y sociales; 5) ayuda humanitaria a los desplazados; 6) impulso a la legislación de los pueblos y comunidades indígenas; y, 7) solución política y pacífica al conflicto con el EZLN mediante el diálogo y la negociación.

En esa misma conferencia de prensa el coordinador para el diálogo y la negociación informa que “esta estrategia global tiene como mecanismo operativo fundamental la coordinación de las acciones federales y locales, de tal suerte que todas contribuyan a lograr la paz con justicia y dignidad en Chiapas y dar un impulso a su desarrollo económico y social”.

Dos días después se celebra en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, una reunión entre funcionarios del gobierno federal, encabezados por el coordinador para el diálogo y el gobernador del estado y funcionarios de su gobierno, de la que emana un documento que periódicos de la capital de la República dan a conocer con el título de “Once acuerdos para acelerar la estrategia gubernamental de paz” y que consisten en: 1) Llevar de manera coordinada entre las autoridades federales y locales, con pleno respeto a la soberanía del estado, el conjunto de acciones integradas en las siete vertientes, de tal suerte que se alcancen los objetivos previstos y en el menor tiempo posible; 2) reconocer que la única instancia responsable de ejecutar dicho mecanismo de coordinación federal es la Coordinación para el diálogo y la negociación en Chiapas, junto con el gobernador del estado como responsable de la coordinación local; 3) realizar reuniones periódicas (cada 15 días) de manera alternada en la Ciudad de México y Chiapas; 4) establecer que funcionarios de las áreas federales y locales competentes acompañarán a los coordinadores a fin de atender los asuntos específicos a tratarse en las mismas; 5) echar a andar el mecanismo de coordinación con el tema de la ayuda humanitaria a desplazados para lo que se crea el Comité Interinstitucional de Ayuda a Desplazados; 6) realizar, al día siguiente, una reunión entre el Coplade y funcionarios federales para efectos de la focalización de atención de las demandas sociales; 7) hacer llegar a las autoridades competentes, a través del coordinador federal, los planteamientos de desarrollo económico integral expuestos por el gobernador de Chiapas; 8) revisar el cumplimiento del acuerdo de la Secretaría de Gobernación y el gobierno estatal en materia de seguridad pública; 9) anunciar que el gobierno del estado elabora una propuesta de remunicipalización; 10) señalar que ante la presentación de iniciativas legislativas en materia indígena tanto en el plano federal como en el local, el mecanismo de coordinación buscará la compatibilización de las respectivas legislaciones; 11) dar a conocer que el gobierno federal extenderá la interlocución a los poderes estatales y sectores sociales chiapanecos en la vertiente de la solución política y pacífica al conflicto con el EZLN, mediante el diálogo y la negociación.

Como se puede ver, en el ajuste de la estrategia federal, es decir, en las siete vertientes en que queda ahora estructurada, ya no están contemplados los puntos que se refieren a la distensión, con palabras y hechos, de la situación de conflicto y encono; el desarme de todos los grupos; la investigación de la masacre de Acteal; ni la revisión de las posiciones del Ejército.

Por otro lado, en lo que se refiere a los mecanismos de coordinación, implícitamente se reconoce que en la instrumentación de la estrategia las instancias gubernamentales no han actuado con prontitud y eficacia, y se centraliza la toma de decisiones, a grado tal que la coordinación de todas las acciones del gobierno federal para Chiapas quedan bajo la responsabilidad del coordinador del diálogo y la negociación, a quien deberán acompañar los funcionarios federales, sin importar rango, y con quien deberá hacer las gestiones el gobernador del estado.


La profundización de la política de enfrentamiento

Conforme avanzan los días y semanas las posiciones que asumen y las acciones que emprenden las instancias gubernamentales van creando un ambiente cada vez mas polarizado y polarizante.

El 29 de abril el gobierno federal, en una alusión que todos entienden que es a la instancia de intermediación, manifiesta tener dudas de que quienes “dicen que quieren ayudar a resolver el problema, realmente quieran ayudar” a resolverlo, y los conmina, “en un acto de honestidad intelectual”, a “decir realmente que es lo que quieren de este conflicto, cuál es la agenda política que traen escondida bajo la manga”.

El 1º de mayo policías, federales y estatales, y soldados del Ejército Mexicano realizan un operativo con el fin de disolver el municipio autónomo Tierra y Libertad. En la acción resultan lesionados varios habitantes del poblado Amparo Agua Tinta y son detenidos casi medio centenar de indígenas.

El 11 de mayo autoridades migratorias mexicanas deciden aplicar el artículo 33 constitucional contra un grupo de observadores italianos que son expulsados del país, sin posibilidad de regreso en 10 años para unos, y por toda la vida para otros.

El 29 de mayo el gobierno federal, en una clara referencia a la diócesis de San Cristóbal de las Casas, pide a “esos que creen que (la) teología justifica la violencia (…) que rectifiquen, que si tienen, o piensan que tienen una buena misión que cumplir en la Tierra, que la cumplan a través de la ley”.

El 3 de junio fuerzas de seguridad locales y federales y soldados del Ejército Mexicano realizan un operativo en el municipio de Nicolás Ruiz para ejecutar órdenes de aprehensión en contra de dirigentes de la comunidad.

El 7 de junio, después de una sistemática campaña de descalificación carente de fundamentos y de múltiples presiones el presidente de la Comisión Nacional de Intermediación decide renunciar a la tarea de mediador. Acto seguido, los demás integrantes de la CONAI declaran la autodisolución de ese organismo de paz.

Los sucesos del municipio El Bosque
La mañana del miércoles 10 de junio de 1998 más de 1000 policías de seguridad pública del estado y de la PGR y soldados del Ejército Mexicano, movilizados en alrededor de 80 vehículos de todo tipo, realizaron un operativo en las comunidades de Chavajeval, Unión Progreso y la cabecera del municipio El Bosque, con el fin de ejecutar órdenes de aprehensión en contra de quince personas acusadas de robo, daños en propiedad ajena y homicidio.

Ese era el objetivo declarado. Lo que en realidad buscaban quienes planearon el operativo, y quizás la coartada del mismo, era disolver con el uso de la fuerza pública el llamado municipio autónomo y desarticular con ello las instancias de organización popular que los indígenas de esas comunidades se habían dado a ellos mismos.

En un operativo, “de cuya dimensión no se tiene registro desde lo primeros días de 1994”, las fuerzas de seguridad mataron a por lo menos 10 personas e hirieron a muchas más; detuvieron a medio centenar de indígenas, con formas y procedimientos claramente violatorios de los más elementales derechos humanos; arrestaron ancianos y ancianas; maltrataron a mujeres y niños; saquearon, devastaron y mancillaron casas (los policías defecaron en los cuartos y habitaciones de las casas); cortaron el suministro de agua; robaron pertenencias y alimentos; vejaron y humillaron a los pobladores de esas comunidades.

Hace apenas seis meses que ocurrió la terrible masacre de Acteal, pero por la conducta gubernamental desplegada en el municipio El Bosque parece que ésta tragedia nunca hubiera ocurrido.

La versión oficial es que en Chavajeval, Unión Progreso y en El Bosque el gobierno actuó para detener “gavillas”, “asesinos y delincuentes”, para restablecer el “estado de derecho” y para detener una potencial “escalada de violencia”.

Fue el coordinador del gobierno para el "diálogo y la negociación en Chiapas", (como si esa fuera su labor), el que justificó la intervención policiaco militar en el municipio El Bosque como una acción cuyo propósito era "evitar que se (repitiera) una nueva masacre como la de Acteal". Es decir, siguiendo esa lógica, los policías y soldados dispararon contra los habitantes de ese municipio y mataron a por lo menos 10 personas para evitar que murieran 45. O como lo declaró la secretaría de gobernación “en el municipio El Bosque tuvimos que intervenir para detener una escalada de violencia”. ¿Detener una posible escalada de violencia con violencia?

La imprudencia política de los funcionarios y sus asesores arrojó en el municipio El Bosque los primeros resultados trágicos de la “nueva” estrategia gubernamental. Y no es que después de Acteal y antes de Chavajeval y Unión Progreso no haya habido muertes que lamentar en Chiapas relacionadas con el conflicto político-militar estallado en 1994. Si las ha habido. Por el recuento hecho por los medios de comunicación, la política aplicada por los nuevos funcionarios federales y locales ya suma más de 40 muertos.

Pero lo que ocurrió en el municipio El Bosque, por los actores directamente involucrados, por su forma de actuar, por las acciones emprendidas, por lo que cuentan los testigos (afectados y medios de comunicación) y por el contexto en el que se dio, hacen de ese acontecimiento un hecho de una gran relevancia que sin lugar a dudas afecta el proceso de paz de Chiapas.

Sí, lo que ocurrió la mañana del miércoles 10 de junio en el municipio El Bosque constituye un hecho gravísimo para el proceso de paz. La diferencia con Acteal es que los asesinos no actuaron embozados y los responsables dieron la cara, y los muertos no fueron cuarenta sino diez (al menos eso sabemos hasta ahora). Pero, ¿cuál es la diferencia entre la brutalidad y saña con que actuaron los asesinos de Acteal y la forma en que en El Bosque acribillaron (con artillería ligera), con absoluta alevosía y ventaja, a los pobladores de esas comunidades?

La masacre de El Bosque es un hecho muy grave porque en ella perdieron la vida varios mexicanos y resultaron lesionados otros más. Es grave, porque en ella intervinieron elementos de Seguridad Pública del Estado de Chiapas, policías judiciales estatales y federales.

La masacre de El Bosque es un hecho muy grave, y afecta el proceso de paz, porque en él tuvieron participación directa oficiales y soldados del Ejército Mexicano. Desde enero de 1994 no habíamos visto en Chiapas, al menos en fotos y en escenas de noticieros de televisión, a soldados del Ejército Mexicano disparar contra otros mexicanos. Desde enero de 1994 no sabíamos de la muerte de indígenas chiapanecos abatidos por las balas disparadas por soldados del Ejército Mexicano.

Es un hecho muy grave porque existe una Ley que establece que mientras otra cosa no ocurra, en términos militares lo que hay es una tregua y esta tiene que respetarse. No puede justificarse, y menos podemos aceptar como algo "normal", la presencia permanente de soldados en la ejecución de órdenes de aprehensión ¿Acaso un millar de policías es insuficiente para ejecutarlas?. Por otro lado, es irresponsable embarcar en esta aventura y exponer a una institución como el Ejército Mexicano en tareas que no le están asignadas en la constitución no conviene al país, desacreditar a este cuerpo popular uniformado, que, desde que se hizo institucional, no ha tenido más misión que la de custodiar la integridad de la patria.

La masacre de El Bosque es un hecho de una gran gravedad porque fue el resultado de un operativo planeado, preparado y ejecutado por funcionarios gubernamentales.

Es grave porque respondió a una estrategia gubernamental. No hay que olvidar que un “pilar fundamental” de esa política lo constituye la ofensiva desatada contra los municipios autónomos, o dicho con otro lenguaje, la eliminación “de la duplicidad de autoridades en los municipios” (punto 8 de la nueva estrategia).

Sin embargo, el ejecutivo federal pretende deslindarse de los hechos. El mismo día 10 de junio la secretaría de gobernación emitió un boletín de prensa en el que además de intentar ponerse a salvo vuelve al esquema utilizado en Acteal intentando explicar los sucesos de El Bosque como un conflicto inter o intracomunitario al exhortar “a las comunidades y grupos en pugna, a solucionar por la vía pacífica cualquier conflicto, y a establecer mecanismos de diálogo para dirimir sus diferencias”, como si las fuerzas de seguridad no hubieran participado en dichos acontecimientos.

El viernes 12 de junio, al ser interrogado por periodistas sobre las condiciones para el diálogo directo que ahora propone la secretaría de gobernación, el coordinador para el diálogo y la negociación en Chiapas declaró que sí las había porque no era “competencia del gobierno federal la determinación de (disolver) los municipios autónomos”, frase con la que quiso ocultar su responsabilidad en los hechos de El Bosque.

En la estrategia presentada el 26 de enero por el secretario de gobernación, en el documento de las siete vertientes en que se reestructuró dicha estrategia y en el texto de los once acuerdos firmado por los gobiernos federal y estatal, están contenidos los puntos y párrafos que definen el grado de responsabilidad que tienen en los hechos las dos instancias de gobierno.

Lo que ocurrió en El Bosque es el resultado de una equivocada estrategia gubernamental. Ni el gobierno estatal (que ya la asumió) ni el gobierno federal pueden rehuir de su responsabilidad de enviar a más de 1000 elementos de las policías estatales y federales y soldados del Ejército Mexicano a ejecutar órdenes de aprehensión y actuar de la forma en que lo hicieron. No fue a nadie más sino al gobierno al que se le ocurrió tan imprudente acción política y policiaca.

Es muy difícil saber cual va a ser el desenlace final de lo ocurrido en Chavajeval, Unión Progreso y El Bosque. Pero es muy probable que la estrategia gubernamental hasta ahora ensayada haya encontrado su fin en esos parajes del municipio El Bosque.

Chavajeval, Unión Progreso y El Bosque son la expresión palpable del agotamiento de la estrategia de "negociación" del gobierno federal. Quizás ahora si estemos ante el "agotamiento de estrategias anteriores".

Por otra parte, es evidente que en lo que respecta al conflicto chiapaneco nos encontramos ante un punto de inflexión, ante un verdadero punto de quiebre.

La necesidad de hacer un balance de la estrategia gubernamental

Han pasado seis meses desde que se dieron los vertiginosos acontecimientos que sucedieron a la masacre de Acteal. A medio año de distancia y ante la gravedad de los hechos ocurridos en el municipio El Bosque, es ineludible hacer un alto en el camino para examinar en retrospectiva el proceso de pacificación de Chiapas.

Lo es, para avanzar en el diálogo y la negociación y para construir las condiciones subjetivas que hagan posible alcanzar con prontitud y eficacia la paz tan anhelada por todos nosotros.

Para averiguar el estado en que se encuentra la política desarrollada por el gobierno federal en Chiapas, es necesario hacer un balance que incluya la revisión y el análisis de al menos tres elementos: las causas que obligaron al gobierno a atender con un nuevo interés el conflicto chiapaneco; la estrategia presentada por el gobierno a principios de año; la aplicación de esa estrategia y los resultados que hasta ahora se han obtenido.

Causas del nuevo interés gubernamental en el conflicto

Después de Acteal todo el mundo creyó que la política gubernamental hacia Chiapas sería diferente a la que la Secretaría de Gobernación aplicó hasta diciembre de 1997.

Todo lo indicaba así. La indignación de la sociedad mexicana ante el horror cometido en ese paraje de Chenalhó; la actitud de los partidos políticos nacionales; las opiniones de periodistas, académicos, intelectuales y artistas; la preocupación y asombro internacional, y el aislamiento casi absoluto del gobierno por su política de “olvido” y/o “administración” del conflicto.

Pero no fue así. Con la ventaja que da observar a distancia los acontecimientos políticos y sociales, hoy podemos afirmar que el gobierno se dedicó desde un principio a desactivar los problemas de opinión, nacionales e internacionales, que le provocó en Acteal su indolencia política, en vez de buscar sinceramente la paz.

No hubo un cambio sustancial en la política hacia Chiapas. Después de Acteal  el gobierno se limitó a emprender acciones que buscaban el cambio de la mala imagen que tan horrendo crimen le había creado.

Sustituyó al secretario de gobernación, cambió al gobernador del estado y propició la defenestración de una decena de funcionarios estatales en Chiapas que por acción o por omisión se presumía habían tenido algún tipo de participación delictiva en los hechos.

La verdadera intención desde un principio fue ganar tiempo y apostar nuevamente al olvido. La idea fue “recuperar” lo mas pronto posible el terreno perdido frente a los adversarios.

El error de todos, del Congreso de la Unión, de los formadores de opinión pública, de los partidos políticos, de la propia COCOPA y de todos aquellos directamente involucrados en este proceso, fue no demandar una investigación no sólo de los hechos que se suscitaron en Acteal, sino también una investigación, un análisis riguroso, de la estrategia del gobierno aplicada hasta ese momento.

Nunca salió de los labios de los funcionarios gubernamentales una frase que contuviera un atisbo de autocrítica o un pronunciamiento en el que se aceptara al menos parte de la responsabilidad por lo acontecido. Como siempre, la infalibilidad como criterio supremo del ejercicio de gobierno fue lo que se impuso.

Una de las consecuencias de la ausencia de una reflexión colectiva, de un balance social, imperceptible en ese momento y todavía ahora, fue que los mexicanos no contamos con un diagnóstico que nos permitiera discernir sobre la conveniencia o no de las políticas a aplicar en un futuro. No hicimos un balance común y por lo tanto nunca supimos qué estuvo mal y qué bien.

Cada uno de los partidos políticos, cada una de las organizaciones de la sociedad civil y cada uno de los ciudadanos de la República hizo su propio balance y buscó sus propias explicaciones sobre los sucedido hasta en ese momento en Chiapas. No fue por tanto posible, como lo exigía la gravedad de los hechos, convenir entre todos lo que estuvo mal y lo que estuvo bien del proceso de negociación chiapaneco, de modo que se pudieran aplicar los correctivos que fueran necesarios.

Por su lado, las partes en conflicto se acusaron mutuamente y trataron también de hacer corresponsables a las instancias de intermediación y coadyuvancia de lo sucedido.

No podemos volver a cometer el mismo error otra vez. De hecho, el ejecutivo hizo una revisión de su estrategia en abril (siete vertientes) y nunca supimos cuáles fueron las razones y las consideraciones del ajuste. Para enfrentar con posibilidades de éxito los retos que nos plantea el proceso de pacificación en Chiapas, es ineludible, hoy por hoy, hacer un análisis exhaustivo de la estrategia gubernamental y exigir los cambios de rumbo que sean necesarios.

La estrategia anunciada a principios de año

Los nuevos funcionarios gubernamentales tardaron casi un mes en elaborar la nueva estrategia para Chiapas. Lo que después de casi tres semanas de trabajo nos dieron a conocer fue un listado de consideraciones y de propuestas de acción que daban una respuesta parcial a los problemas por los que atravesaba el proceso de pacificación en ese preciso momento.

Al inicio de este texto hacemos un desglose detallado de los elementos básicos en que se fundaba y las acciones generales que contenía la estrategia gubernamental. Como podemos ver, más allá de los fraseos con los que se pretende dar a conocer las buenas intenciones del gobierno, la estrategia se puede dividir en cinco rubros: desarme de grupos e investigación del crimen de Acteal; seguridad y vigencia del estado de derecho; incorporación (para que no quepa ninguna duda de quien dirige el proceso) de los chiapanecos y sus autoridades en el proceso de pacificación; reordenamiento de la geografía política estatal y eliminación de la duplicidad de autoridades municipales; y retribución gubernamental a individuos y comunidades por los daños ocasionados por el conflicto (desplazados y víctimas).

Como si el conflicto estuviera situado en otra parte y fueran otros los interlocutores, en la propuesta gubernamental no había ninguna respuesta concreta a las condiciones planteadas por el EZLN para la reanudación del diálogo.

Por el contenido del texto, tanto en los elementos básicos como en las acciones generales, se puede apreciar que priva una concepción en la que seguridad, control político y asistencia social se combinan como propuestas medulares para resolver el conflicto. Esta visión se consolida con la reestructuración (siete vertientes) solo que en ella predomina la visión asistencialista y economicista de la solución del conflicto.

Por esa razón se han creado los mecanismos de coordinación federación-estado de Chiapas, por eso mismo se impulsa la firma de documentos con nombres kilométricos como el “Acuerdo social para el bienestar y desarrollo de la región norte y zona chol-tzeltal de Chiapas” o el “Acuerdo para la estabilidad política, la reconciliación comunitaria, el desarrollo social y el crecimiento económico”.
Estas acciones son la expresión de que los actuales funcionarios y sus asesores tienen la idea de que el conflicto fundamentalmente se resuelve con obra pública, creación temporal de empleo y asistencias social.

Es una percepción del conflicto que parece olvidar que en 1993, cuando a mediados del año se tuvo noticia de la posible existencia de la guerrilla en Chiapas, las dependencias federales y los millones de pesos de inversión pública se volcaron para impedir el estallido político y social que finalmente ocurrió el 1º de enero de 1994.

Y no es que piense que en Chiapas no haga falta realizar un enorme esfuerzo de inversión pública para desarrollar al estado, lo que no creemos es que con una estrategia de ese tipo se pueda resolver el complejo conflicto político social por el que atraviesa la entidad (o que incluso sirva como presión para obligar a la negociación) y se pueda llegar a la firma de un acuerdo de paz con el EZLN. El problema de Chiapas sí es económico-social, pero sobre todo, es un problema de carácter político.

Aplicación de la estrategia y sus resultados

La estrategia gubernamental se propuso intensificar el diálogo y la negociación para alcanzar a la brevedad posible la paz y hoy nos encontramos en una situación peor a la de diciembre de 1997, con más muertos, presos, campamentos militares y policiacos, desalojos, extranjeros expulsados, y por supuesto, más división en las comunidades.

Con su estrategia el gobierno se propuso también la formulación de un proyecto de ley sobre derechos y cultura indígena, respetuoso de los Acuerdos de San Andrés y que diera satisfacción a las partes, y lo que hoy tenemos es un proceso legislativo en el que están estancadas dos propuestas de reforma constitucional.

Igualmente, la estrategia se propuso distender, con palabras y hechos, la situación de conflicto y encono que vivía en ese momento México y Chiapas, y lo que hoy podemos apreciar es una opinión pública polarizada, discursos beligerantes y comunidades que se sienten humilladas e indígenas cuya irritación por la acción del gobierno en El Bosque los ha colocado en el límite de su tolerancia (como lo demuestran los desagradables hechos ocurridos en contra del visitador de la CNDH en Unión Progreso).

El gobierno se propuso un programa de ayuda humanitaria y de retorno de desplazados y lo que ha producido su estrategia es un mayor número de desplazados y enormes dificultades para el apoyo de dichos grupos.

El gobierno federal que prometió con su estrategia desarmar a todos los grupos y continuar con la investigación de la masacre de Acteal, no ha desarmado a los paramilitares, no ha concluido la investigación del crimen de Chenalhó y ya no considera a estos temas dignos de mención en el documento de las “Siete vertientes de la estrategia gubernamental”.

La estrategia gubernamental se propuso la reestructuración de fondo de la policía del estado, como consecuencia de la masacre de Acteal y del asesinato de una mujer manifestante en Ocosingo, y fue esa policía en proceso de reestructuración la que, junto con otros elementos policiacos y militares, dieron muerte a los indígenas de Chavajeval y Unión Progreso.

La estrategia gubernamental se propuso además mejorar el sistema de administración de justicia estatal, y los agentes del ministerio público y jueces han sido muy rápidos y eficientes para hacer investigaciones y dictar órdenes de aprehensión en asuntos que convienen a la estrategia gubernamental y terriblemente perezosos y negligentes para atender otros asuntos.

El gobierno se propuso con su estrategia una remunicipalización democrática, participativa y concertada y lo que promovió fue el desmantelamiento de tres municipios autónomos y uno constitucional con el uso de la fuerza pública y los resultados que todos conocemos. La acción cometida en Taniperlas le valió ya una recomendación de la CNDH al gobierno del estado.
Los mexicanos esperaban que un suceso como el que ocurrió en el municipio El Bosque no se diera. Lo esperaban por que la razón así lo dictaba y porque el discurso gubernamental se empeñaba en repetir que las acciones que el gobierno federal desarrollaba desde enero en Chiapas tenían como objetivo que no se repitiera un hecho de violencia como el de Chenalhó.

En suma, una estrategia que debía buscar la pacificación de Chiapas se ha convertido en una de los principales factores que imposibilitan o dificultan enormemente retomar el camino de la paz en la entidad.

Los mexicanos esperaban una nueva estrategia que hiciera posible realmente la paz en Chiapas. No fue así.  En lugar de esa política de paz que las comunidades indígenas esperaban, los gobiernos federal y estatal optaron por continuar con la política de confrontación con el EZLN, de socavamiento de sus bases de apoyo, de descalificación de los actores principales del proceso, de reducción de los espacios y márgenes de acción de todos aquellos que no se plegaran a su estrategia, de intento de disminuir en los medios de comunicación y en la agenda gubernamental el tema Chiapas, alejando con ello la posibilidad de una pronta firma de la paz.
En conclusión: para avanzar hoy en el proceso de pacificación de Chiapas es imprescindible realizar un cambio radical de la estrategia gubernamental para el diálogo y la negociación que genuina y sinceramente busque la firma de un acuerdo de paz con justicia y dignidad.

No demandarle al gobierno un cambio en su política para Chiapas y acceder a iniciativas que no son respaldadas con hechos, es como extender nuevamente un cheque en blanco para hacerlo efectivo por la cantidad que éste quiera y en el momento que el gobierno así lo decida.

Por una nueva mexicanidad chiapaneca

En reiteradas ocasiones he manifestado ante diversos interlocutores que el conflicto de Chiapas a la mayoría de los mexicanos les preocupa pero que a los chiapanecos nos duele.

Quienes hemos pasado toda nuestra vida en Chiapas; quienes tenemos a nuestros padres, hermanos, esposa, hijos y amigos en Chiapas; quienes hemos vivido y pensamos quedarnos para siempre en esta tierra, no podemos sino lamentarnos de lo que está sucediendo.

Al principio de este texto dije que me sentía obligado a fijar una posición política ante los sucesos del municipio de El Bosque. Ahora, después de haber desarrollado este modesto análisis, me siento obligado a asumir un compromiso moral con los chiapanecos, sobre todos con aquellos que han sufrido los atropellos a sus derechos humanos y con aquellos que se indignan ante tales hechos.

Lo hago en la triple condición en la que participo y vivo este proceso: como chiapaneco, como mexicano y como Senador de la República. Y lo hago, como ya lo dije, porque me preocupa, me desalienta, me duele y me indigna lo que ocurrió en El Bosque, de la misma manera que me indigna lo que pasó en Acteal. He insistido  que en este conflicto ya no debían morir más que los que cayeron en los primeros días de 1994. No hagamos inútil ese sacrificio y evitemos que sigan muriendo más mexicanos, ya sean civiles o soldados, zapatistas o no.

Me preocupa la situación que atraviesa el proceso de paz en Chiapas. Me preocupa la descomposición y la profundización del deterioro social en Chiapas. Me preocupa que toda una generación de jóvenes indígenas chiapanecos aniden en su alma un enorme resentimiento contra el gobierno y sus instituciones. Me preocupan las manifestaciones racistas y despreciativas que proliferan una vez más en las ciudades de Chiapas: “estuvo bien lo que hizo el gobierno porque la indiada ya está muy alzada”.
Por eso, me preocupa aun más que el Presidente de la República en una entrevista concedida a la televisión privada, y reproducida en un diario, mencione que existen sondeos de opinión que muestran “desgraciadamente”  que “hay algunos en el país que piensan que de tiempo atrás el gobierno debió haber adoptado acciones radicales para controlar la violencia en Chiapas”, para luego concluir que él no comparte “ese punto de vista” porque cree “que si el gobierno optara por el camino de una represión violenta, ello nos llevaría a una escalada de violencia”. Me preocupa, y me preocupa mucho, porque habla del tipo de reactivos que incluyen las encuestas del gobierno federal y de las reflexiones que hace quien tiene en sus manos el futuro de la paz en Chiapas.

Me desalienta que por falta de una clara y firme decisión gubernamental no hayamos podido resolver por la vía del diálogo franco y sincero, y de una negociación seria y responsable, el conflicto que vive Chiapas. Es muy desalentador que el gobierno de un país como el nuestro, con una historia como la que tiene México, acepte dialogar y firme una serie de acuerdos con un grupo de mexicanos reconocido por la ley, para después faltar, sin el menor asomo de rubor, a su palabra.

Me duele e indigna que chiapanecos sean humillados de la manera en que lo hicieron en El Bosque. Indígenas amarrados, vendados de los ojos, apilados unos sobre otros, sometidos a tratos inhumanos, como si viviéramos en un país sin leyes. Todo ello justificado como una acción que perseguía detener a “asesinos y delincuentes”.

Me indigna aun más, porque me parece vergonzoso el doble rasero gubernamental. Que por un lado el gobierno de México califique como de "quebranto del estado de derecho" la decisión de comunidades chiapanecas de crear municipios autónomos, y descargue "todo el peso del Estado Mexicano" en contra de los más humildes de los ciudadanos de la República, y por otra, hable de "limar asperezas" con el gobierno de los Estados Unidos ante la evidente violación a la soberanía nacional que implicó la llamada Operación Casablanca.

Ante acciones de fuerzas de seguridad del Estado y de soldados que a veces actúan como si formaran parte de un ejército de ocupación, suenan en mi mente  las preguntas que muchos chiapanecos se hacen desde hace tiempo y que hoy vuelven a cobrar vida: ¿Vale la pena seguir perteneciendo a México? ¿Es viable la plena mexicanidad chiapaneca? ¿Algún día dejaremos de ser tratados como mexicanos de segunda?

Mi respuesta contundente ha sido, es y será siempre un sí. De lo que se trata es de plantear una nueva mexicanidad chiapaneca.

Refundar la mexicanidad chiapaneca supone recuperar la capacidad de tomar en nuestras manos la conducción del destino de nuestra tierra. Una nueva mexicanidad chiapaneca significa obtener un status de igualdad en la federación y de reconocimiento de que Chiapas ha dado mucho a México y de que ha llegado la hora de que el país le retribuya a Chiapas.

Una nueva mexicanidad chiapaneca supone refundar el pacto social para que todo mundo lo reconozca como suyo e igualmente todos se reconozcan en él.

En congruencia con ello, en mi calidad de Senador de la República, desde aquí demando enérgicamente a las autoridades federales y estatales poner fin de una vez por todas en Chiapas a la violencia del estado en contra de las comunidades indígenas y sus habitantes.

La urgencia de una nueva estrategia de paz

En alguna medida, unos más que otros, por acción o por omisión, todos somos responsables de lo que pasa en Chiapas.

El ejecutivo federal tiene una mayor responsabilidad en tanto que, por principios y tradiciones históricas se comprometió en Chiapas con una solución pacífica y negociada, y a ninguna de las dos ha honrado.

Como todo proceso de paz es por naturaleza imperfecto, el ejecutivo tiene la oportunidad de rectificar. En la búsqueda de la paz, ningún proceso es despreciable si tenemos la capacidad de pactar acuerdos posibles y obligarnos a su cumplimiento inmediato.

Con mayores costos, pero el gobierno puede desandar el camino andado si toma en cuenta que, al final de todo, las partes no negocian para hacerse concesiones mutuas, sino en beneficio de un tercero: la sociedad.

Tampoco debe olvidar, que en todo conflicto, ninguna de las partes tiene el monopolio de la solución, y esto sólo es posible cuando el que se cree fuerte está dispuesto a atender las razones del otro en vez de defender obcecadamente la suya.

Es cierto, el silencio del EZLN molesta, pero no mata. Violencia y silencio no son equiparables. Si tengo que optar entre un discurso beligerante y el silencio, prefiero éste. Finalmente, el silencio es la más pacífica de las formas de resistencia civil.


La única forma de cambiar hoy el actual estado de cosas en Chiapas es renovar los esfuerzos por la paz. Esto implica:

El cumplimiento cabal de los Acuerdos de San Andrés sobre derechos y cultura indígena.

La aprobación de una reforma constitucional sobre derechos y cultura indígena que sea la fiel interpretación de los Acuerdos de San Andrés.

La revisión, tanto de las posiciones como de las facultades jurídicas del Ejército en Chiapas, como un paso para restaurar la confianza en una solución pacífica al conflicto.

Desarmar a los grupos paramilitares, y

Poner en libertad a todos los presos de conciencia, y

Poner fin a la violencia del Estado y generar las condiciones para, con absoluto respeto a los derechos humanos, frenar la violencia e impunidad de particulares.

El gobierno federal, está obligado a dar el primer paso.